Cuando hablamos de aquel gran equipo de rugby hablamos del campeón, de su personalidad, de su madurez para jugar cada instancia del campeonato. Y a veces queda la sensación de que fue sólo eso y no un gran equipo de rugby. Acá desarrollamos algunas ideas de por qué ese equipo fue, en realidad, un equipazo.

Un capitán, líder dentro y fuera de la cancha. Un crack con todas las letras. Un jugador que imponía respeto entre los propios y también entre los rivales. Pero, además, un jugador de una notable solvencia defensiva y con recursos infinitos para contraatacar y hacer de una jugada defensiva una de ataque, o para convertirse en una variante decisoria apareciendo en cualquier lugar de la línea de tres cuartos.

Una idea de juego audaz y consecuente en el tiempo que se inició allá por 1985 y que consistió fundamentalmente en animarse a jugar desde todos lados. Ese cambio de mentalidad empezó a darles más destrezas a los buenos jugadores que tenía La Plata y perfiló una plataforma desde la cual el equipo campeón jugó un rugby moderno para aquella época y que lo llevó a la gloria.

Subcapitán del equipo, líder de mil batallas, Pato Angaut era el más experimentado del plantel cuando arrancó el sueño del campeonato. Aportó su experiencia, sus dotes de mando y sobre todo su capacidad de lectura del juego para darle al equipo la conducción en la “cocina” del juego. allí donde a veces no llegan los gritos desde afuera. Un estratega imprescindible para los campeones.

Un pack de forwards que combinaba tamaño, peso, potencia, experiencia y juventud. Aquel año, La Plata tuvo al mejor grupo de delanteros de todo el rugby argentino y logró hacer jugar a esos rugbiers como si fueran auténticos tres cuartos. Mezclaba potencia con velocidad e hicieron del juego desplegado una constante ganadora.

Una línea de tres cuartos de enorme jerarquía con una vocación defensiva de gran solidez y un juego de manos ofensivo que cuando tenía un espacio, lastimaba al rival y sumaba puntos. Tenía una madurez justa para el equilibrio de saber cuándo arriesgar y cuando refugiarse en sus delanteros. Pero cuando se lanzaban a jugar, la inminencia de try era tan grande como la campaña del campeón 1995.

Un pateador exquisito e infalible. Matías Zuccheri aportó tantos puntos que lo convirtieron en el goleador absoluto del torneo y del rugby argentino. El equipo sabía que si generaba infracciones el pateador canario las canjeaba por puntos. Jugador de múltiples condiciones individuales, encontró en su rol de pateador el camino seguro para quedar en la historia grande de los campeones de 1995.

Un equipo, una idea. El rugby de aquel campeón se caracterizó por un juego de 15 hombres, de posiciones fijas, pero con libertad para jugar. Cuando el equipo se lanzaba a atacar, forwards y tres cuartos aparecían mezclados y la ofensiva era plena y sin timidez. Esta imagen lo grafica de manera perfecta: abre Zuccheri para un Manuele que parece intentar una posición falsa y los que están para darle volumen al ataque desplegado son el hooker (Oriozabala), el octavo (Pato Angaut), un pilar (Porreca) y un segunda línea (Llanes). ¡Rugby total!

Un conductor lleno de talento, picardía y capacidad de juego. Pablo García Munitis fue el intérprete perfecto de esas ganas de jugar que se había trazado La Plata años antes. Pero para este torneo de 1995 le había agregado la dosis de conducción que el equipo necesitaba. Dueño de una habilidad e improvisación únicas, Polilla supo sacar lo mejor de cada uno de sus compañeros en la difícil tarea de administrar los recursos rugbísticos.


Una tercera línea imparable. Julio Brolese jugó el mejor rugby de su carrera ese año poniendo el equipo siempre en posición ofensiva y tornándose indefendible para sus rivales. Esteban Meneses confirmó ese año todo lo bueno que venía prometiendo y jugó un campeonato extraordinario de punta a punta. Juntos se convirtieron en una pesadilla para las defensas enemigas y en un baluarte en el tackle para su propio equipo. Temporada consagratoria para ambos.

Un definidor como pocos. Federico Brea fue el tryman del equipo con once conquistas en aquel campeonato, pero también fue el tryman de todo el torneo. Una velocidad increíble para definir en el mano a mano y un arma desequilibrante cuando el equipo generaba el espacio paras su corrida. Todos lo cargaban porque decían que la pelota le picaba siempre bien. Él tenía su secreto: “Para que me piquen bien, siempre hay que estar ahí”, explicaba. Y siempre estaba listo para el pique favorable de la caprichosa.

La obtención fue una de las claves de este campeón histórico. Y el nombre por excelencia en esa función fue Germán Llanes, quien era una garantía cada vez que la pelota iba afuera de la cancha. Fue un arma letal que los canarios supieron usar en los momentos claves de cada partido. Line y maul para llegar a posiciones de definición y anotar un try. Era una jugada cantada y no se la podían contarrestar.